‘No permitan que se consolide vínculo de la política y el narco. No lo dejen avanzar’, recomiendan a México desde Colombia


Colombia.- El que fuera secretario de Gobierno de Antioquia y luego de su capital, Medellín, cargo que controla la seguridad pública, tiene un mensaje para los mexicanos: “No permitan que se consolide el vínculo de la política y el narcotráfico. No lo dejen avanzar, porque echa raíces”.

Jorge Mejía no es un seguidor del expresidente Uribe, sino que está en la campaña de Gustavo Petro, el candidato presidencial de la izquierda. Tampoco es un partidario de la mano dura como única herramienta contra el narco, pero advierte lo que sucede cuando política y crimen organizado se hacen compadres:
La permisividad con el narco y su conexión con la política transformó lo que era un problema de seguridad pública en una gangrena estructural, que permeó todas las capas de la sociedad colombiana”, dice al enviado de EL FINANCIERO.

Habla con voz pausada mientras caminamos por el ‘Parque de la Inflexión’, donde estaba el edificio Mónaco, habitado por Pablo Escobar y su familia, que voló en pedazos por un paquete de bombas que puso el Cártel de Cali.

“Quienes son financiados por el narco terminan al servicio de los narcos”, dice el que fuera encargado de la seguridad en Antioquia y luego en la capital departamental, Medellín, la segunda ciudad del país, y base del cártel de Pablo Escobar Gaviria.

Los homicidios dolosos bajaron drásticamente, nos dice: éramos la ciudad con mayor criminalidad en el mundo, con 381 asesinatos por 100 mil habitantes, y ahora hay 23 o 24. Pero el daño sigue, con una sociedad permeada por el dinero de los narcos y la actividad de la ‘parapolítica’ (simbiosis de partidos, dirigentes y candidatos, y narcotraficantes).

Explica Mejía que primero hubo una alianza entre Estado y narcotraficantes para combatir al enemigo común: la guerrilla. Surgieron los grupos de autodefensa y paramilitares.

Sin embargo, sucedió que los ‘paras’ abandonaron su vocación antiinsurgente y se dedicaron al narcotráfico. Y la guerrilla perdió su ideal de transformación revolucionaria para dedicarse, también, al narcotráfico.

“Con el narco no se juega”, dice Mejía, mientras acaricia el bloque de mármol que conmemora a las miles de víctimas mortales a manos de los cárteles colombianos. Los grupos narcotraficantes permearon desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda, dice.

Contra el narco no sirve ofrecer un estímulo económico, un sueldo mínimo o un empleo, porque el joven dice: “el Estado me va a dar un ingreso insuficiente para atender mis necesidades, pero el narcotráfico me va a enriquecer”, sostiene Mejía, que habla con la experiencia más acabada de quien tuvo al narco como objetivo a reducir en Medellín y en todo el departamento (6 millones de habitantes).

Es tal el poderío del narco, explica, que ha minado el proceso de paz con la guerrilla. “Combatientes que firmaron los acuerdos de paz se regresaron al narco. Las llamadas disidencias. Iván Márquez y Raúl Santrich, por ejemplo. Eran del Secretariado de las FARC”.

-¿Cómo es que bajó tan drásticamente el índice de homicidios?-, le pregunto, mientras leo en la escultura de mármol –una entre cientos– que recuerda el asesinato de Guillermo Cano, director de El Espectador, asesinado por el Cártel de Medellín cuando salía del periódico: “Estamos presenciando el crecimiento de una generación sin fronteras morales, sin valores ni principios éticos. Eso es lo que combatimos con meridiana claridad”.

-Con la muerte de Pablo Escobar comenzaron a bajar su perfil. No era negocio enfrentarse al Estado. Disminuyeron crímenes y bombazos. Se diversificaron. La extorsión, por ejemplo. Aquí en la zona centro de Medellín hay unos 50 mil negocios, de los cuales 40 mil deben pagar vacuna (derecho de piso). El monto mensual de la extorsión no es alto, pero multiplicado por 40 mil es más redituable que el propio narcotráfico.

Agrega que en los barrios populares las estructuras delictivas controlan la economía local. “El comercio de huevo, las arepas, el licor, etcétera, ellos los suministran. Los coches distribuidores de alimentos deben pagar cuotas para entrar a esos barrios. Acaparan el crédito popular: la economía informal se nutre de los préstamos de la estructura criminal, con una tasa de interés de 10 o 20 por ciento al día. Y el que no paga es hombre muerto”.

Todo eso ocurre “delante de las autoridades, que no saben cómo luchar contra eso porque creció demasiado, se salió de control”.

El Cártel de Medellín sigue existiendo, dice. Ahora se llama La Oficina (en referencia a la prisión de El Envigado, donde Pablo Escobar tenía su oficina). Es el grupo hegemónico, razón por la cual no hay matazones.

Y mueven el dinero producto del narcotráfico y la extorsión, en la venta de coches, la industria de la construcción, centros comerciales, además del acaparamiento de tierras productivas que tienen sin trabajarlas.

La ‘parapolítica’ es el veneno mayor, señala Jorge Mejía. Se salió de control. “Uno de los caminos para que la política se narcotizara y el narco se politizara fue el financiamiento a las campañas”.

-Entonces, ¿qué solución ve?

-Regularizar las drogas. Restarle su alta rentabilidad a ese negocio. La rentabilidad proviene de la ilegalidad-, dice Mejía, que me lleva en un coche modesto y sin escoltas, de regreso a mi hotel para escribir estas notas.
Con información de El Financiero