Género y Burnout…”quemadas y quemados por el trabajo”


Empecemos por castellanizar la palabra “burnout” que se refiere al síndrome de la “trabajadora quemada” o el “trabajador quemado”, este concepto sugerido por Freudenberger en 1974 se refiere literalmente a quemarse por el trabajo.

Como fenómeno psicológico el fenómeno del “burnout” tiene su origen en Estados Unidos en la década de los setenta y en la actualidad es considerado uno de los daños laborales con más efectos a nivel psicosocial.

Es un proceso que surge como consecuencia del estrés laboral crónico, en donde se combina variables de tipo individual, social y organizacional o empresarial.

Este síndrome, que significa que a la persona la “quema el trabajo”, ha sido utilizado para explicar el proceso de deterioro en los cuidados y la atención emocional que reciben quienes trabajan con el sufrimiento humano.

Es el caso del personal en hospitales, instituciones educativas, cárceles, centros de atención emocional y física, organizaciones de la sociedad civil que atienden a personas, no sólo en situaciones de sufrimiento sino de riesgo también.

El concepto de “burnout” como comúnmente se le conoce, se refiere a un síndrome que se forma como resultado de un prolongado estrés laboral y que afecta a personas que tienen como profesión actividades que implican una relación con otras y otros, en el que la ayuda y el apoyo a la persona en problema es el eje central del trabajo.

Existen profesiones en donde este síndrome se desarrolla más y muchas veces sin consciencia de la persona que lo vive, pues puede pensar que es parte de la sensación normal de estrés por el tipo de trabajo que realiza.

Afortunadamente en la profesión que ejerzo, como psicoterapeutas conscientes tenemos la obligación de contar con un proceso psicoterapéutico y un espacio de supervisión para asegurar un estado de óptima salud emocional, lo que permite que contemos con dos espacios muy importantes que se convierten en válvulas de escape no sólo de las tensiones y estrés, sino de todos los sentimientos que se remueven cuando de acompañar procesos emocionales se trata.

Sin embargo, ¿qué sucede con aquellas profesiones y actividades en donde las personas no cuentan con un espacio de atención tanto física como emocional y si es así, es cuando ya el “agua les ha llegado al cuello”?

Lo cierto es que trabajar con el sufrimiento humano mueve y remueve muchas emociones, por ejemplo: el trabajo que realizan médicas y médicos, enfermeras y enfermeros, abogadas y abogados ante situaciones de violación, pérdida de algún bien de manera injusta y violenta, profesoras y profesores víctimas y testigos del acoso escolar.

Más evidente aún, las y los periodistas ante los casos de feminicidio, la trata de personas y otros hechos violentos. Además este grupo de personas que ejerce el periodismo muchas veces es violentado, golpeado e incluso son asesinadas o asesinados.

El problema no es dedicarse a acompañar las situaciones difíciles de las y los demás, lo delicado, es saber si las personas que acompañan realmente logran dimensionar lo que les ocurre emocionalmente.

Me refiero a que es difícil que las personas detecten el gran nivel de estrés, de agotamiento emocional, de despersonalización, de sensación de reducido desempeño laboral a los que están expuestas, acompañados de trastornos físicos, de conducta y de relaciones interpersonales.

Estos aspectos personales se suman a elementos laborales como insatisfacción y la misma tensión social en la que vivimos.

El síndrome de burnout (de la trabajadora o trabajador quemado) involucra tres áreas importantes, la somática, afectiva y conductual, es decir, que afecta de manera global el bienestar de la persona, que difícilmente se da cuenta de lo que le sucede.

Por otro lado, el género parece ser una variable importante en la aparición de este síndrome en lo que a agotamiento e ineficacia profesional se refiere, ya que algunas investigaciones han mostrado que las mujeres tendemos más a la ineficacia profesional y al agotamiento que los hombres y en algunos estudios los hombres muestran más actitudes negativas hacia el trabajo, cuando este síndrome está presente en nuestras vidas.

Estas diferencias se presentan debido a que, al estar presente el mandato social para la mujer de ser para los y las demás, las mujeres desarrollan mayor agotamiento muchas veces sin percibirlo y esto desencadena en una ineficacia laboral.

Por ejemplo, en mujeres del personal de enfermería de un hospital general (Albanesi de Nasetta y Barbenza, 2001) se detectó que el 42.1 por ciento de ellas padecía hipertensión aun cuando estaban medicadas con ansiolíticos y medicamentos para la hipertensión para poder cumplir con sus tareas diarias.

En este sentido estoy de acuerdo con Miller (1993) con la idea de que el Burnout definitivamente está relacionado con el estrés del rol y con la ambigüedad del mismo, tomando en cuenta la sobrecarga de trabajo y como consecuencia la insatisfacción laboral.

La salud de las personas que realizan un trabajo –especialmente el de las periodistas que implica cuidar de alguien que se encuentra en una situación vulnerable o delicada ya sea física, emocional y socialmente, en donde su integridad como persona corre peligro– definitivamente debe ser una preocupación o mejor dicho una ocupación de los diferentes niveles de la sociedad.

Deben de contar con recursos de atención a su salud integral tanto de parte del gobierno, como de las organizaciones o empresas a las que pertenecen, que les permitan recurrir a ellos como una forma preventiva de atención a su salud para evitar que se desarrolle en ellas y ellos el síndrome burnout y que el trabajo en lugar de quemarles les brinde el espacio de seguridad y respeto a su persona que realmente se merecen.

 

 

Fuente CimacNoticias /ExtraOficial