POLICÍAS EN LA ESCUELA


Dos niños de 10 años juegan y gritan en casa, el padre los ve peleando, llama a la policía y los agentes de la ley detienen al que agrede y al que fue agredido ¿Se imagina esta escena? Pues de tal tamaño es el absurdo en la obsesión de las y los legisladores con respecto a la violencia entre niñas y niños que se ejerce en las escuelas.

Primero fue el PAN, luego el PRI y ahora es el PRD, anunciando que van por “leyes más estrictas” contra el “bullying” (acoso escolar).

La perredista Verónica Juárez Piña, presidenta de la Comisión de Derechos de la Niñez de la Cámara de Diputados, aseguró que aumentó el número de menores de 18 años que se suicida o entra en depresión debido al “bullying”, de allí que el Senado busque legislar y castigar “con severidad a los adultos que permiten el fomento de la violencia en las escuelas de todo el país”. ¿Castigar con severidad?

Qué significa en nuestro país el castigo severo (implacable, rígido, inflexible) de las autoridades, o el de padres y madres ¿de qué demonios hablan?

La violencia y el hostigamiento en las escuelas son una de tantas formas de violencia social y de género que encontramos a diario; no hay país civilizado que a estas alturas del partido esté intentando abatir la violencia con violencia, con amenazas y castigos.

Más les valdría leerse el libro “Cambiar la educación para cambiar el mundo”, de Claudio Naranjo, antes de seguir con este despropósito.

En México en 2012 se registraron 5 mil 190 muertes por “bullying”; en ellas predominan los varones, con 4 mil 201 casos y 989 mujeres. La senadora asegura que el aumento en el número de jóvenes que se suicida o se deprime por este flagelo exige soluciones que contrarresten este tipo de violencia que destruye y cobra vidas.

Tiene razón, pero el problema es que las y los legisladores llevan años discutiendo el “bullying”, hablando de prevención y atención, pero enfocándose en el castigo. Como si castigar a las y los maestros que no son capaces de “controlar” la violencia en las aulas, los pasillos y las canchas de deportes de escuelas públicas y privadas sirviera de algo.

Resulta inaceptable que el Estado no haya aprendido lo que ya se ha demostrado en la academia respecto a la violencia en el ámbito escolar: es un problema educativo y no judicial, las intervenciones deben ser pedagógicas e integrales, no policiacas. Se ha de cambiar la perspectiva, no sacar el garrote.

La violencia no se erradica con amenazas y castigos, se suple por nuevas nociones de relaciones afectivas que enseñen a dialogar y a disentir sin maltratar.

Más de la mitad de los casos de acoso escolar son en realidad producto de la violencia de género; niños golpeando y humillando a otros niños que no cumplen con las expectativas de la masculinidad violenta, impositiva, intolerante y machista.

Niñas educadas en la cultura Televisa que les enseña a ser pequeñas arpías manipuladoras hipersexuadas y violentas contra otras niñas y niños que no cumplen con sus expectativas de tratarles con servilismo (como lo aprenden de las y los políticos también).

La comunidad académica, activistas especializadas en derechos de la infancia y expertos en Educación para la Paz saben que la única forma efectiva de hacer intervenciones pedagógicas contra la violencia en las escuelas pasa por invertir grandes sumas de dinero en capacitar y crear programas culturales de paz efectivos, en lo que niñas y niños juegan un rol activo para aprender a negociar sus conflictos sin el uso de la violencia.

La violencia en todas las edades es justamente producto de la rigidez, de la intolerancia, la discriminación y el deseo de imponer nuestra visión a la vida de las y los otros.

Lo que las y los senadores necesitan para seguir hablando de “bullying” es capacitarse en educación para la paz.

Que no nos hagan perder más dinero y tiempo buscando crear escuelas con sistemas policiacos contraproducentes y pro-violentos.

Twitter: @lydiacachosi

*Plan b es una columna publicada lunes y jueves en CIMAC, El Universal y varios diarios de México. Su nombre se inspira en la creencia de que siempre hay otra manera de ver las cosas y otros temas que muy probablemente el discurso tradicional, o el Plan A, no cubrirá.