El brote de coronavirus es oficialmente una crisis, no la desperdiciemos.
Es innegable que la comunidad internacional se está tomando el asunto muy en serio, como debería ser, dado que el total de muertes por la epidemia de COVID-19 ya supera con creces el del SARS a principios de la década de 2000.
La Organización Mundial de la Salud declaró el brote como una emergencia de salud pública de interés internacional, los investigadores de todo el mundo están trabajando furiosamente en vacunas contra COVID-19, y los gobiernos, incluidos los de los Estados Unidos y el Reino Unido, han asignado más fondos para impulsar la investigación y el desarrollo.
Sin embargo, aunque la respuesta internacional a COVID-19 ha sido relativamente fuerte, puede considerarse, con razón, que es demasiado poco y demasiado tarde, con la epidemia ya en marcha.
Ese es un error que no debemos repetir.
Como investigadores de la salud mundial, estudiamos el pleno valor social de la vacunación y otras intervenciones para combatir las enfermedades infecciosas. Dados los tremendos costes asociados a las epidemias, es vital que empecemos a trabajar para prevenir el próximo brote, incluso mientras el mundo lucha contra COVID-19.
Era previsible que el brote emanara del contacto entre humanos y animales, y que los murciélagos pudieran haber estado involucrados. Era previsible que su epicentro estuviera en una zona urbana densamente poblada y que se extendiera rápidamente a través de los viajes aéreos internacionales.
E incluso era previsible que un patógeno desconocido tendría las mismas probabilidades de provocar una epidemia que uno conocido.
Al igual que en el caso del SARS y el Zika, el patógeno responsable de la actual epidemia no estaba en el radar de nadie antes de que empezara a causar estragos en China y más allá.
También era previsible que una epidemia que avanzaba rápidamente tendría importantes y amplias repercusiones sanitarias, económicas y sociales.
Menos de dos meses después del inicio de la epidemia, el sistema de salud de China ya ha experimentado una gran tensión, y Wuhan en particular se esfuerza por proporcionar una atención de calidad a los pacientes con coronavirus. Además, esto puede estar desplazando el tratamiento de otras afecciones.
Las repercusiones económicas incluyen importantes trastornos en la fabricación, las cadenas de suministro, las ventas al por menor, los viajes internacionales y la educación.
Y los desafíos políticos y sociales resultantes continúan acumulándose, como las cuarentenas masivas, la discriminación, la difusión de información errónea, la desconfianza en el gobierno y la tensión adicional en las ya tensas relaciones internacionales.
Los costos totales de esta epidemia ya son significativos y podrían empeorar mucho más.
La inevitabilidad de las epidemias
La previsibilidad de la situación actual refleja la inevitabilidad de los brotes y las epidemias.
Puede que no podamos decir con certeza dónde y cuándo ocurrirán – o cuál será el patógeno causante – pero sabemos que otro está siempre al acecho. También hay muchas razones para creer que su frecuencia aumentará.
Aun cuando el crecimiento de la población mundial se desacelera, continúa a ritmo acelerado en las regiones más frágiles del mundo desde el punto de vista económico y político. La creciente urbanización está llevando a la proliferación de grandes y densos centros de población que actúan como placas de Petri gigantes para enfermedades infecciosas. Y el envejecimiento de la población está aumentando la proporción de personas que son más susceptibles a las infecciones y enfermedades.
Los rangos geográficos de algunos patógenos e importantes portadores de enfermedades como los mosquitos se están expandiendo debido al cambio climático. Y los humanos siguen invadiendo los hábitats de los animales, aumentando la probabilidad de que se produzcan efectos colaterales entre especies.
Los viajes internacionales siguen siendo cada vez más comunes, y la globalización asegura que los efectos económicos de un brote en cualquier lugar se propagarán a través de los lejanos límites de la humanidad.
Preparándose para lo peor
Habida cuenta de todos los costos de las epidemias -y de todos los factores que favorecen su repetición- es probable que las inversiones estables y en gran escala en organizaciones y actividades dedicadas a la preparación, la prevención, la mitigación y la respuesta ante brotes epidémicos den enormes dividendos.
La Coalición para las Innovaciones en la Preparación ante Epidemias, una alianza para financiar y coordinar el desarrollo de nuevas vacunas, merece ciertamente una financiación sustancial, al igual que el desarrollo de plataformas de vacunas en general.
Asimismo, se necesita desesperadamente una mayor financiación para nuevos tratamientos antimicrobianos y mejores diagnósticos. El aumento de la vigilancia de los patógenos tanto en los humanos como en los animales es otra prioridad urgente.
Sin embargo, tal vez lo que falta más que financiación es un nivel suficiente de coordinación entre los numerosos actores de la red poco estructurada de organizaciones internacionales y nacionales responsables de controlar y responder a los brotes de enfermedades infecciosas.
La naturaleza fragmentada del sistema de salud mundial crea la posibilidad de considerables lagunas de investigación y funcionales, así como de duplicaciones inútiles de esfuerzos.
Ya hemos abogado anteriormente por el establecimiento de un consejo técnico mundial sobre las amenazas de las enfermedades infecciosas para mejorar la colaboración y la coordinación entre las organizaciones, llevar a cabo las investigaciones necesarias y hacer recomendaciones de alto nivel y basadas en pruebas para gestionar los riesgos mundiales.
Ese consejo estaría compuesto por expertos de una amplia gama de disciplinas -incluidas la epidemiología, la vacunología, la política pública y la economía- y podría estar afiliado a la OMS o ser autónomo.
El resultado final es que se necesitan urgentemente más recursos y de forma sostenida para prevenir, o al menos mitigar, el próximo brote y sus repercusiones, ya sea causado por otro coronavirus, una fiebre hemorrágica como el Ébola, una gripe pandémica o un patógeno aún no descubierto.
Tomar estas medidas puede ser costoso, pero será más costoso quedarse de brazos cruzados. El próximo brote se encuentra, sin duda, a la vuelta de la esquina.
Fuente: Alerta GEO