Lydia Cacho Plan b*
Este es el momento para las mujeres del PRI, porque los hechos y los dichos desentrañados por el noticiario de Carmen Aristegui-MVS, y posteriormente ratificados ante la PGR y la SEIDO por una testigo, ocultan mucho más.
Una connotada priista que pidió guardar su identidad me explicó a detalle la existencia de un expediente abierto contra Cuauhtémoc Gutiérrez desde que se publicó este mismo tema en 2003.
El expediente cuenta con más de 80 testimonios de mujeres y hombres del Revolucionario Institucional que señalaron a Gutiérrez por amenazas a la integridad y a la vida, violencia física, hostigamiento, persecución para inducir al voto, compra de voluntades y sabotaje a sesiones para elegir a candidatos al interior del PRI.
Según la fuente, la poderosa María de los Ángeles Moreno acusó ante la presidencia nacional del partido al “junior de la basura” por colusión mafiosa para apoderarse del instituto político.
Las cúpulas del PRI, incluido el procurador general Jesús Murillo Karam (quien en 2011 fue el encargado de resolver las disputas por el PRI-DF), conocían lo que hoy sale a la luz, pero no le habían puesto el nombre real.
En lugar de decir que había delito de trata, se decía que a Gutiérrez le gustaban “las putitas”. En vez de señalar delitos electorales, se dijo que era “un bravucón”. En lugar de decir que violentaba la Ley Federal del Trabajo y la Ley de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, se dijo que tenía “las edecanes más sabrosas”.
La palabra edecán viene del galicismo “aide-de-campe” (ayudante de campo; asistente que va a donde va su jefe). Pero la palabra es un eufemismo para referirse a una mujer objeto, generalmente con características de sumisión, juventud, belleza y vestuario revelador.
En nuestra cultura política, poner mujeres como floreros en los eventos es práctica común. Llevarlas como acompañantes y en el contexto del ejercicio del poder, exigirles que tengan sexo con quien el patrón ordene, también. Miles de mujeres se someten a esas reglas para obtener trabajo.
La explotación y cosificación sexual de las mujeres para mantener su trabajo, o incluso para participar en un partido político, es un problema estructural; una manifestación de las relaciones de poder históricamente desiguales entre mujeres y hombres, que han conducido a la dominación, la discriminación y la interposición de obstáculos para su pleno desarrollo.
Gutiérrez no sólo condicionaba el trabajo a la apariencia física de ellas (lo cual constituye discriminación según la ley), sino que establece en su contratación un esquema de poder que resultaría imposible si los empleados fueran hombres jóvenes y la empleadora una mujer.
Los 11 mil pesos de sueldo son buenísimos dadas las condiciones salariales; de allí que el priista estableciera un esquema de poder típico del proxeneta: te pago, te controlo, pongo en riesgo tu salud al exigirte que me hagas sexo oral sin protección, tienes que estar disponible las 24 horas del día y no puedes hablar con nadie al respecto.
La misoginia es evidente: a las mujeres las denigran y luego las demonizan como prostitutas. Se desprecia a Gutiérrez pero también a quienes se vieron forzadas a aceptar un trabajo plagado de humillación, desprecio, sexo involuntario: componentes de la trata de personas y de violencia de género en el ámbito laboral.
Es decir, esto no se discute en el vacío, hay un marco jurídico que regula estos comportamientos y los persigue de oficio; tenemos que recurrir a él.
El caso del líder del PRI-DF se ha convertido en emblemático porque revela que para el partido las mujeres son consideradas inferiores y que, como se demostró con la demanda penal por violencia y amenazas que interpuso en 2011 Rosario Guerra, candidata que competía contra Cuauhtémoc, el PRI no está dispuesto a proteger a sus mejores representantes, sino a los peores.
Twitter: @lydiacachosi
*Plan b es una columna publicada lunes y jueves en CIMAC, El Universal y varios diarios de México. Su nombre se inspira en la creencia de que siempre hay otra manera de ver las cosas y otros temas que muy probablemente el discurso tradicional, o el Plan A, no cubrirá.